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MOISÉS NAÍM 02/05/2010
Comenzó con una tragedia griega, siguió con una zarzuela española y  puede culminar con una explosiva ópera alemana. La actual crisis  económica europea crece, se diversifica y complica. Si sigue así puede  acabar con el proyecto más imaginativo e innovador de la geopolítica  mundial: la integración europea. El ambicioso objetivo de consolidar a  Europa como un actor económico bien integrado y un protagonista político  cohesionado en el escenario internacional es indispensable para los  europeos y bueno para el resto del mundo. Europa no podrá defender  eficazmente sus intereses, mantener los estándares de vida a los que se  han acostumbrado sus habitantes y ser un jugador relevante en el mundo  si se vuelve a fragmentar. 
Lamentablemente, una Europa menos integrada  ha dejado de ser tan inimaginable como lo era hasta hace unos meses.Hay  dos escenarios para la poscrisis: uno se llama más Europa; otro, menos  Europa. Este último es el que se va a imponer si no cambian  drásticamente tres cosas: las políticas económicas de los Gobiernos; la  impunidad con la que políticos oportunistas, tanto en el Gobierno como  en la oposición, le mienten al público acerca de la gravedad de la  situación y, muy importante, la complacencia de un público propenso a  repudiar a los políticos que le dicen la verdad.  
Menos Europa es  lo que resulta de una solución para Grecia que dentro de unos  meses se mostrará insuficiente e implicará la necesidad de un nuevo  socorro financiero. El socorro actual no aparece a tiempo ni en las  cantidades suficientes y así el crash griego se profundiza,  contamina y debilita aún más a los otros países débiles de Europa.  España, Portugal e Irlanda gritan a los cuatro vientos "¡no somos  Grecia!". Es una afirmación relativamente cierta pero que encubre el  hecho de que su estabilidad económica es cada vez más precaria y sus  vulnerabilidades cada vez más peligrosas.
Mientras tanto, una Alemania  tan rica como reticente a apostar sus riquezas en el rescate de sus  socios mediterráneos interviene con decisiones tardías y parciales,  moldeadas por la percepción de que su apoyo al proyecto europeo ha  tenido costes intolerables para su población.
Chinos, hindúes,  petroleros árabes y otros países ricos en reservas dejarían de tratar al  euro como una moneda equivalente al dólar estadounidense y algunos  países europeos lo abandonarían. Un ambiente de sálvese quien pueda  y cada uno por su cuenta comienza a permear las cumbres europeas.  Muchos aplauden el desprestigio y debilitamiento de la burocracia en  Bruselas y el vídeo más popular en Internet es uno donde Lady Gaga  reemplaza a Lady Ashton como Alta Representante de la Política Exterior  de la Unión Europea.
En este escenario, Alemania y Francia  seguirían siendo países de peso en el orden mundial y Reino Unido,  gracias a su relación especial con los Estados Unidos, gozaría de más  relevancia de la que justificaría su menguado poder económico.  Obviamente, Europa seguiría existiendo y emitiendo ruidos que emulan los  que haría un continente verdaderamente unido, económicamente sano y  políticamente coordinado. Pero el resto del mundo oiría estos ruidos con  una burlona sonrisa, sabiendo que proceden de un continente que salió  de esta crisis siendo menos de lo que era antes y mucho menos de lo que  hubiese podido ser.
Este escenario es una desventura que hay que  impedir. Menos Europa no es inevitable y Más Europa no es  solo deseable, sino que es posible. Más Europa no debe significar  más Bruselas, ni más burocracia, ni más vergonzosos despliegues de  incompetencia como los que hemos visto en la selección de los líderes de  Europa, en el manejo de la crisis del tráfico aéreo producido por la  erupción del volcán impronunciable ni por el patético manejo de la  crisis de Grecia. 
Más Europa se construye a partir  de líderes que saben cómo explicarle a sus compatriotas que sus hijos  estarán condenados a tener estándares de vida inferiores a los que  disfrutaron ellos a menos que las economías europeas se reformen e  integren de manera más profunda que hasta ahora. Que Europa tiene que  pasar por dolorosos ajustes que incluyen el reconocimiento que es  imposible ganar cada año más a menos que se produzca cada año más. 
Que  los sindicatos deben permitir más competencia en el mercado de trabajo,  los empresarios más competencia en el mercado de bienes y servicios y  que las exuberantes ganancias de algunos bancos son manifestaciones de  distorsiones a corregir en los precios del riesgo. Que es miope para  alemanes, franceses y otros que han acumulado inmensas reservas el  mantenerlas bajo el colchón mientras Europa se fragmenta, cosa que a la  larga va contra sus intereses.
Estamos en uno de esos momentos donde  el temple, la audacia y la visión de los lideres puede alterar las  trayectorias de sus sociedades y cambiar la historia. La oportunidad de  construir Más Europa está allí para quienes sepan aprovecharla. 
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