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En relación a los
contenidos que estudiamos en el Máster en la Unión Europea delInstituto Europeo Campus Stellae, os acercamos esta reflexión sobre
las medidas de austeridad en la UE.
- El presidente del BCE afirma en la Eurocámara que se necesita un pacto para salir de la crisis.
- Desde los capitanes de abril de Portugal hasta Romano Prodi cada vez son más las críticas.
Claudi Pérez Bruselas 25 ABR 2012 - 22:09 CET
Manifestantes participan en una protesta contra la política económica del Gobierno portugués. / RAFAEL MARCHANTE (REUTERS)
La receta alemana, basada
en imponer estrictos recortes y una reducción de salarios al menos
al Sur de Europa, no funciona: Europa se enfrenta a un largo periodo
de austeridad, recesión, desempleo y caída de los niveles de vida,
el caldo de cultivo idóneo para los movimientos populistas. Cuanto
más se prolonguen estas condiciones, más europeos se volverán en
contra del euro, la inmigración y el libre comercio. Ese es el
análisis que tienen encima de la mesa Washington y Pekín, que
comparten los mercados, sean quienes sean los mercados, y hasta los
propios líderes europeos, siempre en privado y con la boca pequeña.
Pero no todo está perdido: la sospecha de que la medicina que Alemania está obligando a tragar a media Europa no sirve emergió hoy con fuerza en los discursos de los políticos europeos, de los banqueros centrales e incluso de los militares portugueses, tras la detonación que han supuesto las elecciones en Francia y las serias dificultades de Holanda, el alumno aventajado de Berlín, que ahora es incapaz de seguir sus pasos. Europa necesita crecer; no basta con el látigo de las reformas, de los recortes. No basta con usar la tijera: ese es el mensaje. Las miserias de Atenas, Lisboa y Dublín empiezan a verse en las calles de Madrid y Roma: palabras mayores. Y de alguna manera esos miedos están a las puertas de París y Ámsterdam, el núcleo duro de Europa: palabras aun mayores.
Pero no todo está perdido: la sospecha de que la medicina que Alemania está obligando a tragar a media Europa no sirve emergió hoy con fuerza en los discursos de los políticos europeos, de los banqueros centrales e incluso de los militares portugueses, tras la detonación que han supuesto las elecciones en Francia y las serias dificultades de Holanda, el alumno aventajado de Berlín, que ahora es incapaz de seguir sus pasos. Europa necesita crecer; no basta con el látigo de las reformas, de los recortes. No basta con usar la tijera: ese es el mensaje. Las miserias de Atenas, Lisboa y Dublín empiezan a verse en las calles de Madrid y Roma: palabras mayores. Y de alguna manera esos miedos están a las puertas de París y Ámsterdam, el núcleo duro de Europa: palabras aun mayores.
La retirada es la más
difícil de todas las operaciones. Pero quien se empecina en un
callejón sin salida y es incapaz de dar marcha atrás, ¿no provoca
su propia derrota? Los ecos de esas palabras de Clausewitz se
escucharon con voz nítida en el Parlamento Europeo, en Bruselas,
pero también a casi 2.000 kilómetros de allí: en Lisboa, donde los
capitanes portugueses que protagonizaron la Revolución de los
Claveles se negaron a asistir a las celebraciones oficiales. "Las
medidas y los sacrificios impuestos a los ciudadanos sobrepasan los
límites de soportable", dijo Vasco Lourenço, uno de esos
capitanes que acabaron con la dictadura portuguesa en 1974.
La
institución que tiene las llaves de la salida de la crisis, el Banco
Central Europeo (BCE), no fue tan lejos. Y sin embargo el presidente
del BCE, Mario Draghi, dio un giro que puede ser fundamental en la
gestión de la crisis europea, y que indica que los equilibrios de
fuerzas han cambiado. Draghi insistió durante un largo discurso en
el Europarlamento con la consabida necesidad de recortes y reformas,
pero al ser preguntado por Francia sacó la pistola y disparó lo que
parece el tiro de gracia al fundamentalismo de la austeridad que
domina la política económica europea desde hace meses. "Europa
necesita un pacto por el crecimiento", espetó Draghi.
Nadie en Europa duda de
que la austeridad es necesaria. El debate se centra en una cuestión
de dosis: el juego de palabras preferido de algún diplomático en
Bruselas viene a decir que el rigor, cuando se administra en exceso,
se convierte en rigor mortis. El debate entre austeridad y
crecimiento emergió tras superar la fase más aguda de la crisis,
con Europa y Estados Unidos optando por soluciones opuestas: recortes
europeos o alemanes, aplicados con disciplina de mercado, frente a
estímulos americanos. Francia y Holanda vienen ahora a equilibrar
esa balanza, en una posición que puede beneficiar a España e
Italia.
Y Draghi se permitó terciar en ese debate con una imagen tan
poética como cargada de significado desde el punto de vista político
e ideológico: "Estamos en medio de un río que debemos cruzar",
dijo para justificar que Europa solo está viendo, de momento, los
efectos negativos de la austeridad: más recesión, más paro, más
pobreza. Se supone que en la otra orilla está una recuperación de
la economía europea asentada sobre bases más firmes. Pero no hay
una base científica que avale esa posibilidad, y de lo momento todo
lo que se ve es un frenazo en seco de la economía europea. De ahí
ese nuevo empuje de la política europea, que el BCE hace suyo contra
todo pronóstico.
"Desde un punto de
vista abstracto, siempre se puede atender una deuda. Pero hay un
umbral político, social y tal vez moral incluso más allá del cual
esta política se hace inaceptable", dejó escrito en su día
Jack Boorman, del siempre ortodoxo Fondo Monetario Internacional
(FMI). Europa, al menos una parte de Europa, está cerca de ese
punto: sumida en una crisis que ha hecho que el miedo cale en las
gentes, y en la que la impresionante disciplina presupuestaria no ha
resuelto la confianza en la deuda pública y en el sistema bancario.
En el sur de Europa hace tiempo que algunas voces destacan que la
propuesta alemana es contraproducente. Pero la victoria de François
Hollande en la primera vuelta de las presidenciales francesas ha
abierto la veda. El candidato socialista hizo un discurso con una
idea fuerza: su victoria "será también la de una nueva
Europa". Hollande no ratificará el pacto fiscal si este no se
completa con un pacto de crecimiento, lo que lleva a una extraña
asociación de ideas con el discurso de Draghi. El peligro último,
dijo el candidato socialista, es que los recortes conduzcan a un
populismo como en los años treinta del siglo pasado.
Las izquierdas han vagado
como verdaderos fantasmas durante dos décadas en el continente, pero
Hollande vino ayer a vacunar a Francia contra el peligro de olvidarse
de la historia. El auge del lepenismo en Francia es el último
capítulo de ese resurgir de los extremismos que se repite en Holanda
y en Hungría, en Finlandia e Italia, incluso en Grecia. "Si
Europa no retoma la senda del crecimiento y de la justicia social,
los populismos se llevarán el gato al agua", dijo el candidato
francés.
Europa ya había hecho
tímidas referencias al crecimiento en las últimas cumbres, que
nunca han llegado a sustanciarse en medidas, y mucho menos en euros
contantes y sonantes. No está claro que el pacto por el crecimiento
que preconiza Hollande sea el mismo que desea el BCE, mucho más
partidario de las reformas, viejo eufemismo que normalmente enmascara
recortes de derechos. La canciller Angela Merkel hizo de intérprete
de Draghi para llevar el agua a su molino: "Necesitamos
crecimiento, crecimiento con iniciativas duraderas, y no simples
programas de coyuntura que aumentarían todavía más la deuda
pública, pero crecimiento como Mario Draghi propone, con reformas
estructurales", declaró. Tras más de una década de
congelación salarial y en un país en el que más de ocho millones
de personas ganan 400 euros al mes, uno de los grandes sindicatos
germanos, IG Metall, amenaza con una oleada de huelgas si los
salarios no suben el 6,5%. La patronal ofrece un 3%. Pero Merkel
sigue en sus trece: "Las cargas salariales no deben ser
demasiado altas y las barreras al mercado de trabajo deben ser bajas
para que cada uno pueda encontrar un empleo".
Y eso es lo que empieza a
soliviantar a algunos políticos europeos, que consideran que Berlín
ha ido demasiado lejos. Europa aceptó la austeridad y el resto de
dogmas alemanes con la esperanza de que Merkel suavizaría el tono
cuando viera que el resto de Europa abrazaba las reglas fiscales
estrictas. No ha sido así. El político italiano Romano Prodi
capitalizó buena parte del desencanto y propuso un golpe de timón
inmediato: "Si Alemania parece estar convencida de poder hacerlo
sola, Italia debe trabajar con Francia y España para relanzar
Europa". "Es necesario cambiar de política", proclamó
el ex primer ministro italiano y expresidente de la Comisión
Europea. Su sucesor en Bruselas, José Manuel Barroso, optó por una
declaración conciliadora entre esas dos facciones, la alemana y la
que emerge a la sombra de Hollande en Francia, y aseguró que la
profunda crisis europea exige "medidas de consolidación fiscal
y de crecimiento, como las dos caras de la misma moneda".
"En última
instancia, los alemanes intentarán salvar el euro. Pero en París y
en Bruselas preocupa cada vez más que para cuando por fin decidan
moverse sea demasiado tarde", explicaban fuentes diplomáticas
en la capital europea hace unos días. Ante una crisis de mil caras
pero que sigue siendo financiera y fiscal, y sobre todo política, en
Europa sigue mandando Alemania y su dogmatismo alrededor de la
austeridad: la Unión ha adoptado en sus tratados el principio de
frenar frente al de acelerar. La prueba de que eso no basta es la
reacción de la política europea tras la primera ronda de las
presidenciales francesas.
Y la sospecha de que las tesis alemanas han
agravado el estancamiento económico en casi todos los países de la
eurozona, la posibilidad de impago de la deuda soberana de una parte
de ellos (que han sobrepasado la categoría de los periféricos) y
las incógnitas sobre la liquidez y la solvencia de la banca, el
aparato sanguíneo del sistema económico. La avería ya va más allá
de la economía.
Fuente: El País.
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